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viernes, 2 de septiembre de 2011

Descubriendo las Reuniones de la Iglesia Participativa



Por Brian Anderson
(Traducción de Martus-Pistos)

“Un servicio de adoración protestante tradicional en la actualidad se parece mucho a una actuación proveniente del mundo del espectáculo. En ambos casos nos encontramos con acomodadores, programas, música, vestuario, iluminación, coro, escenario, guión, el público y un maestro de ceremonias.”
(Christian Smith, Ir a la Raíz, Herald Press, p.88.)

La congregación se sienta pasivamente como el público, mientras que el pastor lleva a cabo su presentación. Cuando se le permite a la congregación participar en la reunión, esto se limita a cantar al unísono, a lecturas antifonales, a depositar el dinero en el plato de la ofrenda y a tomar notas durante el sermón.
Se espera del clero ordenado que lleve a cabo todos los ministerios importantes. Mientras tanto, el noventa y nueve por ciento del pueblo de Dios asiste a los cultos de adoración, domingo tras domingo durante años, sin contribuir en ningún ministerio verdaderamente espiritual al cuerpo de creyentes reunidos.

¿Quería Dios que su iglesia tomara esta forma? ¿Puede encontrarse en las páginas de las Escrituras el modelo tradicional de reuniones de la iglesia? Es mi convicción que nuestra tradición, que supone que los laicos permanezcan como espectadores mientras que el clero realiza el "show", no se puede encontrar en las páginas del Nuevo Testamento, sino que es una grave aberración del modelo de iglesia que se revela en la Palabra de Dios. Por el contrario, el Nuevo Testamento describe al cuerpo de Cristo reuniéndose de una manera en la que cada creyente tiene el potencial de contribuir a la edificación de la congregación de una manera significativa.


Antecedentes históricos de las reuniones de la Iglesia


Para que podamos captar el sabor de las reuniones de la iglesia del Nuevo Testamento, debemos primero entender la naturaleza de las reuniones de la sinagoga Judía, ya que proporcionan el contexto histórico necesario. Los apóstoles de Cristo, que plantaron las primeras iglesias cristianas fueron Judíos que habían participado en las reuniones de la sinagoga durante toda su vida. Sin duda alguna, estas reuniones influenciaron la manera en que los primeros cristianos se reunían.

El culto en la sinagoga permitía una gran libertad y participación. Philip Schaff ha señalado acertadamente:

"Como no había un sacerdocio fuera de Jerusalén, cualquier Judío adulto podía llegar a leer las lecciones, presentar la oración y dirigir a la congregación." (Philip Schaff, Historia de la Iglesia Cristiana, Hendrickson, 1:459)

De hecho, encontramos a Jesús constantemente enseñando en las sinagogas en el Sabbath, (Lc 4 :18-30; Mt.4: 23, 13:54 - 58; Mar.1: 21, Jn.18: 20) a pesar de que no era ni un sacerdote levita, ni el principal de la sinagoga. Por otra parte, aquellos que hablaban en las reuniones de la sinagoga no eran "preseleccionados" en cuanto a lo que iban a decir. Respecto a Pablo, inmediatamente después de su conversión, ya predicaba en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios a un grupo de Judíos hostiles (Hechos 9:20).

Además, Pablo utilizaba la sinagoga como punto de partida estratégico en la evangelización de nuevas ciudades a causa de la libertad para participar. En el Sabbath, cuando iba a entrar en una sinagoga, y cuando las oportunidades para la enseñanza y la exhortación se presentaban, iba y predicaba a Jesús como El Cristo. Fue en la sinagoga que Pablo habló de tal manera que muchos de los residentes de Iconio creyeron (Hechos 14:1), que los de Berea recibieron la palabra con toda solicitud (Hechos 17:10-12), y donde él razonaba cada día de reposo en Corinto tratando de persuadir a los Judíos y Griegos (Hechos 18:4). De hecho, el formato del culto en la sinagoga era tan libre que incluso a desconocidos se les permitía llevar una palabra de exhortación (Hechos 13:14-41).


14 Ellos, pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en la sinagoga un día de reposo y se sentaron. 15 Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad.

El culto en la sinagoga alentaba la participación abierta. No es una casualidad que las reuniones de los primeros cristianos siguieran el ejemplo.

Kevin Giles en su libro Patrones de Ministerio Entre los Primeros Cristianos, escribe perspicazmente sobre la relación entre la sinagoga y las primeras reuniones de la iglesia en las casas:

En las sinagogas más grandes y más institucionalizadas que conocemos la función del principal de la sinagoga era presidir los servicios y fomentar la participación de los presentes. Es probable que esta haya sido la forma en que los primeros líderes de las casa-iglesias funcionaban. Los primeros cristianos evitaban el título utilizado por los Judíos (principal de la sinagoga) y en cambio optaron por el neutro, pero igualmente apropiado termino, “episkopos” [vigilante, supervisor], sin embargo, continuaron manteniendo que el deber principal de los que presidían las asambleas era facilitar una amplia participación y no hacerlo todo ellos mismos. Si es así, entonces podría ser que, en las nuevas casa-iglesias donde el Espíritu Santo dio nueva vida y dinamismo, estas personas encontraron que era más lo que limitaba su participación que lo que la alentaba! (Ken Giles, Patrones de Ministerio Entre los Primeros Cristianos, Dove Collins, p.37.)

Los dones espirituales en las reuniones de la Iglesia


En un capítulo anterior vimos que el propósito bíblico de que la iglesia se reúna es el de edificarse unos a otros. Por lo tanto, ¿cómo debemos lograr esto exactamente? En la mayoría de las iglesias, el pastor lleva casi toda la responsabilidad de edificar a los santos, porque él es el que habla más (o incluso, exclusivamente) cuando se reúne la iglesia. De hecho, John Owen, probablemente el mayor de los teólogos puritanos del siglo XVII, escribió, "es en este oficio [el del pastor] que Él [Cristo] cargó todo el peso del orden, regulación y edificación de su iglesia ... " (Énfasis del autor). Los reformadores del siglo XVI, los puritanos del siglo XVII, así como la mayoría de los cristianos de los siglos XVII al XX también adoptaron este punto de vista. Sin embargo, debemos hacer la pregunta: ¿La palabra de Dios establece este enfoque?

Por el contrario, 1 Corintios 12-14 (la sección más extensa en el Nuevo Testamento que detalla los principios fundamentales para las reuniones de la iglesia primitiva) habla mucho acerca del ministerio de la mayoría pero, ¡no dice nada sobre el ministerio de un solo hombre, cuando la iglesia se reúne!

En 1Corintios 12 nos encontramos con una abundante enseñanza sobre el ministerio de todos los creyentes.

Por ejemplo, en los versículos 4-5 Pablo dice:

4 Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. 5 Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.

Además, afirma en el versículo 6:

6 Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.

En el versículo 7 nos informa:

7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.

De nuevo en el versículo 11 leemos:

11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

En el versículo 14 Pablo declara enfáticamente que:

14 Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.

(Por la manera en que muchas iglesias se reúnen, uno habría pensado que el pasaje diría: "¡el cuerpo no son muchos miembros, sino uno!")

Además, en los versículos 15-25 el apóstol pasa a explicar que cada persona tiene una función vital dentro de la iglesia. Todos los miembros son necesarios, ninguno es insignificante. A la luz de esta enseñanza bíblica, ¿cómo podemos justificar la idea de que cuando nos reunimos, sólo el pastor puede usar sus dones, mientras que el resto del cuerpo permanece casi completamente pasivo y silencioso?

En 1 Corintios 14, la misma verdad emerge. En el versículo 1 Pablo exhorta a toda la iglesia con seriedad a procurar los dones espirituales, pero sobre todo el don de profecía, porque el que profetiza edifica a la iglesia (vs.5). En el versículo 26 describe la reunión de la iglesia como una en la que cada cual aporte salmos, enseñanzas, revelaciones, lenguas o interpretación de lenguas. Por lo menos, este pasaje indica que cuando la iglesia primitiva se reunía, todos los creyentes tenían la oportunidad de contribuir a la edificación de todo el cuerpo.

Algunos estudiosos de la Biblia creen que en este versículo Pablo está reprendiendo la forma participativa en la que los Corintios celebraron sus reuniones de iglesia. Pero, por el contrario, Pablo no manda que los Corintios dejen de reunirse de una manera participativa. Sino que, en los versículos 27-31 da las pautas para que las reuniones, a pesar del orden establecido, ¡aún requieran la participación de muchos! La única declaración correctiva de Pablo está en el versículo 26: "Que todo se haga para edificación." En otras palabras, cada vez que alguien en la iglesia contribuye, debe hacerlo con la intención de que su contribución va a edificar a los demás. En el versículo 27 Pablo permite que dos o tres personas lleven un mensaje en lenguas, siempre y cuando estos mensajes se interpreten. En el versículo 29 se informa a la iglesia que se debe "dejar que dos o tres profetas hablen, y los demás juzguen." En el versículo 31 Pablo nos enseña: "Porque todos podéis profetizar uno por uno, para que todos aprendan y todos sean exhortados." En vista de esto, y el hecho de que Pablo hizo hincapié en la superioridad de la profecía sobre las lenguas en las reuniones de la iglesia a través de todo el capítulo, y que no repite "a lo sumo" después de "dos o tres profetas hablen", como lo hace en el caso de las lenguas (vs. 27), la referencia de Pablo a que dos o tres profetas hablen probablemente se debe entender como dos o tres como mínimo. Su enseñanza en 1 Corintios 14 describe una reunión de la iglesia en la que todos tienen la oportunidad de participar, ya sea a través de una canción, una enseñanza, o algún don espiritual.

Esta práctica puede parecer imposible a la luz del hecho de que muchas iglesias hoy en día tienen entre 200 y 10.000 miembros. En verdad, en una iglesia de ese tamaño, sería imposible dar una oportunidad en la que todos podían participar. Debemos recordar, sin embargo, que la iglesia primitiva se reunía casi exclusivamente en los hogares (Rom 16:5; Col 4:15). En ese escenario, donde el número de creyentes difícilmente superaba las cuarenta o cincuenta personas, las palabras del apóstol Pablo son mucho más inteligibles. Jon Zens ha escrito perspicazmente: "A mí me parece que hemos hecho una norma para lo cual no hay una orden bíblica (el énfasis en el ministerio de un hombre), y se han omitido aquello para lo que hay un amplio apoyo bíblico (el énfasis entre uno al otro) ". (Jon Zens, Revista Reforma Bautista, "La Edificación del Cuerpo: Un Hombre u Otro". Vol.10, No.2, p.117)
William Barclay, aunque poco fiable como teólogo, ha escrito con perspicacia sobre el espíritu de una reunión de la iglesia como se muestra en 1 Corintios 14:

“No hay una sección más interesante de toda la primera carta a los Corintios que esta, ya que arroja un torrente de luz sobre lo que era un servicio de la iglesia primitiva. Obviamente, hubo una gran libertad y una informalidad sobre ello... debe seguir siendo cierto que si un hombre tiene un mensaje para dar a sus semejantes ninguna regla eclesiástica debe ser capaz de impedir darla. Es un error pensar que sólo el ministerio profesional siempre puede traer la verdad de Dios a los hombres. Obviamente, hubo flexibilidad en cuanto al orden del servicio en la Iglesia primitiva. Todo era lo suficientemente informal para permitir que cualquier hombre que sentía que tenía un mensaje para dar pudiera hacerlo. Es muy posible que en la actualidad nos estemos fijando demasiado en la solemnidad y el programa, y nos estemos convertido en esclavos del orden del servicio. Lo realmente destacable de los servicios de la Iglesia primitiva debe haber sido que casi todo el mundo sentía que tenía el privilegio y la obligación de aportar algo a ella. El hombre no viene con la única intención de ser un oyente pasivo, sino que viene, no sólo a recibir, sino a dar.” (William Barclay, Las Cartas a los Corintios, Westminster Press, p.134-135.)

Muchos cristianos hoy en día ignoran la enseñanza en 1 Corintios 12-14, porque creen que los dones de profecía y lenguas han cesado con el cierre del canon del Nuevo Testamento. Mientras que existe una gran diversidad de opiniones en la iglesia de hoy acerca de estos dones, todos los cristianos creen que el cantar salmos y la enseñanza todavía deben darse en las reuniones de la iglesia (1Cor.14: 26). Así, aunque una gran parte de la iglesia cree que las lenguas y la profecía han cesado, aún deben lidiar con el espíritu de participación en la iglesia primitiva en la que cualquiera podría contribuir con una canción o una enseñanza, entre otros dones espirituales.

Otros cristianos creen que a pesar de que 1 Corintios 14 sugiere que la iglesia de Corinto se reunió de manera participativa, no sirve como modelo para nosotros porque eran espiritualmente inmaduros y, en muchos aspectos, con necesidad de corrección por parte del apóstol. Sin embargo, cuando Pablo les escribe, lo primero que hace es describir sus reuniones de iglesia como: "cada una de ellos con un salmo, una enseñanza, etc.", y luego pasa a dar la pauta general para todo lo que sucede en sus reuniones: "que todo se haga para edificación "(1Cor.14: 26).
Si los Corintios estuvieran en un error al realizar sus reuniones de manera participativa, sin duda Pablo, en esta carta, habría tenido la oportunidad a enderezar su rumbo. Pero esto es precisamente lo que no hace. Aunque Pablo establece directrices prudentes para que sus reuniones se llevaran a cabo de manera adecuada y ordenada (vs. 40), no prohíbe la participación mutua, sino que la alienta ("dejar que dos o tres profetas hablan", "dejar que los demás juzguen ", y "todos podéis profetizar uno por uno ").
Otros señalan que en las posteriores epístolas pastorales de Pablo, en las que da instrucciones acerca del orden de la iglesia, la enseñanza sobre la participación abierta es la gran ausente. Debemos recordar, sin embargo, que Pablo escribe las epístolas pastorales a los representantes apostólicos (Timoteo y Tito) con respecto a sus responsabilidades específicas hacia las iglesias que servían. Es de esperar que el énfasis de Pablo en las epístolas pastorales fuera diferente al de sus cartas para las iglesias. En sus cartas a las iglesias, Pablo instruye a todo el cuerpo en cuanto a sus responsabilidades mutuas; en sus cartas a personas concretas (Timoteo y Tito) él los dirige en cuanto a sus responsabilidades específicas hacia la iglesia. Por lo tanto, no hay nada en las epístolas pastorales que contradiga el ministerio completo de los ancianos y el ministerio completo de todo el cuerpo.

Otros sostienen que Pablo dirigía a la iglesia de Corinto a servirse los unos a los otros porque todavía no tenían ancianos. Dicen que cuando la iglesia hubo nombrado a los ancianos, las instrucciones de Pablo sobre el ministerio mutuo del cuerpo en las reuniones de la iglesia se volvieron obsoletas según los ancianos tomaban sobre sí el deber de edificar a la iglesia. Esto, sin embargo, es una falacia, la menos convincente de todas. La Escritura nunca dice que no hubo ancianos en Corinto. Por el contrario, en 1 Corintios 16:15-16, Pablo menciona a la familia de Estéfanas como los que se han dedicado al ministerio de los santos, y aquellos a los que la iglesia debe someterse. Aunque estas personas no se identifican específicamente como los ancianos, las instrucciones de Pablo indican que funcionaban como tales. Además, tenemos todas las razones para creer que en la iglesia de Corinto había ancianos, ya que esta era la práctica general de las iglesias que Pablo había plantado (Hechos 14:23;. Tito 1:5).

Si 1 Corintios fuera el único libro del Nuevo Testamento en el que a todos los creyentes se les enseñó a utilizar sus dones espirituales para el beneficio de la totalidad de los creyentes, las objeciones mencionadas podrían tener más peso. Sin embargo el apóstol Pablo también enseña esta misma práctica en otras cartas. Por ejemplo, en Efesios 4:15-16 él exhorta:

 15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.

En este pasaje, Pablo dirige a toda la iglesia a hablar la verdad en amor. Además, cada cristiano individual (cada miembro) debe funcionar correctamente para que todo el cuerpo crezca y se edifique en amor. En otras palabras, la edificación de todo el cuerpo no es responsabilidad de un solo hombre o de unos pocos hombres. Más bien, es responsabilidad de todos.

Una vez más, en Romanos 12:3-8, el apóstol aclara cristalinamente este punto:

3 Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. 4 Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, 5 así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. 6 De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; 7 o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; 8 el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.

Observe varias cosas acerca de este pasaje.
En primer lugar, Dios asigna a cada cristiano una medida de fe por la que ejerce uno o más dones espirituales.
En segundo lugar, Dios le da varias funciones diferentes a los cristianos para realizar dentro del cuerpo.
En tercer lugar, cada cristiano tiene la responsabilidad de ejercer su don.
En cuarto lugar, los dones que Pablo lista son los que podemos esperar ver cuando la iglesia se reúne: profecía, servicio, enseñanza, exhortación, generosidad, guía, misericordia. Por lo tanto, el modelo bíblico es uniforme, todo el pueblo de Dios tiene el privilegio y la responsabilidad de emplear sus respectivos dones espirituales con el fin de edificar a la iglesia de Cristo.

El apóstol Pedro también hace eco de los sentimientos de Pablo en 1Pe 4:10-11:

10 Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. 11 Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Tenga en cuenta que Pedro hace hincapié en que cada creyente tiene dones, y que debe emplearlos o ponerlos a trabajar. Además, estos dones se componen de dos tipos básicos: dones para hablar y dones para servir.
Si bien los creyentes pueden y deben servirse unos a otros durante toda la semana en todo tipo de situaciones, un lugar natural para que los creyentes pongan a trabajar los dones de hablar y servir es en las reuniones de la iglesia.
¿Algún destinatario de la carta de Pedro no pensaría de inmediato en las reuniones de la iglesia como el lugar de partida lógico para el cumplimiento de este mandamiento? ¿No es natural suponer que los creyentes deben emplear sus dones cuando se reúnen? ¿No es eso lo que Pablo está instando en 1 Corintios 14 (especialmente los versículos 26-31)? ¿Hay alguna razón para suponer que Pedro no está describiendo a la iglesia tal como se reunía según 1 Pedro 4:11-12?
Es poco probable que alguien llegue a la conclusión de que Pedro quería que sus lectores usaran sus dones espirituales exclusivamente en momentos diferentes a las reuniones de la iglesia a menos que se tenga un prejuicio anterior en contra de la participación mutua en reuniones de la iglesia.

Exhortación mutua en las reuniones de la Iglesia


No es sólo a través del ejercicio de los dones espirituales que el cuerpo es responsable de edificarse unos a otros cuando se reúnen, sino también mediante la exhortación y el estímulo mutuo.

En Hebreos 10:23-25, la Biblia declara:

23 Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. 24 Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; 25 no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.

Tenga en cuenta que este texto describe a los santos como congregados juntos. Pero exactamente, ¿qué se supone que deben hacer los santos cuando se congregan? El texto no nos deja en duda, todo el cuerpo está para estimularse al amor y a las buenas obras y para animarse unos a otros. Además, no se hace mención de que el pastor realice este ministerio estimulante y alentador. Más bien, la Escritura dice: estimulemos y animemos.
El autor de Hebreos exhorta a todo el cuerpo para asumir estas funciones. A menudo, estos versos se utilizan para reprender a los feligreses que se pierden una reunión ocasional. Sin embargo, la intención del pasaje es de advertir a los cristianos profesantes a no "abandonar" (una palabra fuerte que significa “desertar de una vez por todas”) las reuniones de los santos y regresar a la ley del Antiguo Testamento, el sacerdocio y los sacrificios.
Es una lástima que este pasaje se utilice a menudo para intimidar a miembros de la iglesia y conseguir una asistencia fiel a las reuniones establecidas (que no es la intención original del pasaje), pero no se utiliza para orientar sobre el funcionamiento de la iglesia cuando se ha reunido (que es la intención del pasaje).
El texto vincula claramente la exhortación y aliento mutuo con la congregación de los santos. Nuestras tradiciones eclesiásticas han mal interpretado este texto en el sentido de "dejar que el pastor considere cómo él puede estimular a la iglesia al amor y a las buenas obras y animar al resto del cuerpo, y tanto más como el pastor ve que aquel día se acerca."
El autor de Hebreos continúa explicando por qué es tan importante para la iglesia exhortarse y animarse unos a otros cuando se reúnen.

26 Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, 27 sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. (Heb.10: 26-27).

El significado de este pasaje es claro. El fuego del infierno espera a aquellos que apostatan de la verdad. El estímulo mutuo y la exhortación son los medios que el pueblo de Dios debe utilizar para evitar la apostasía. Cuando nos olvidamos de este significado lo hacemos bajo nuestro propio riesgo.

Una docena de Teologías Sistemáticas se alinean en los estantes de mi biblioteca personal. He consultado todas y cada una de ellas, y todavía no encuentro una que mencione la exhortación mutua como el significado primario de la perseverancia de los santos. A pesar de que la exhortación mutua es el significado bíblico de la perseverancia, este es algo que la Iglesia ha descuidado durante demasiado tiempo. Entonces el estímulo mutuo y la exhortación, según la Palabra de Dios, debe ocupar un lugar central en las actividades de la iglesia congregada. Ciertamente, cuando un hombre (el pastor) realiza toda la exhortación y el estímulo, el claro patrón de las reuniones de la iglesia del Nuevo Testamento ha sido violado.


“Los unos a los otros” en las reuniones de la Iglesia


No sólo vemos las reuniones participativas de la iglesia enfatizando en la importancia depositada a cada creyente de utilizar su don espiritual y de exhortarnos unos a otros cuando cundo nos reunimos, sino también, lo encontramos en los más de cincuenta mandamientos con la implicación de "unos a otros" en el Nuevo Testamento.

La Escritura ordena a los creyentes a:

Amarnos unos a otros (Juan 13:34-35; 15:12,17; Rom.13: 8; 1Tes.3: 12; 1Tes.4: 9; 2Tes.1: 3; 1Pe.1: 22; 1Pe.4 : 8, 1Jn 3:11; 1Jn 3:23; 1Jn 4:7,11,12; 2 Juan 1:5)
Amaos los unos a otros (Rom.12: 10)
Dar preferencia a los otros (Rom.12: 10)
Ser de un mismo sentir unos con otros (Rom.12: 16; 15:05)
No juzgarnos unos a otros (Rom.14: 13)
Procurar las cosas para la edificación de unos a otros (Rom.14: 19)
Procurar las cosas para la paz con los otros (Rom.14: 19)
Aceptarnos unos a otros (Rom.15: 7)
Exhortándoos unos a otros (Rom.15: 14; Col.3: 16)
Saludaos unos a otros (Rom16:16; 1Cor 16:20; 2Cor 13:12; 1Pe 5:14)
Esperaos unos a otros (1Cor 11:33)
Tener el mismo cuidado unos por otros (1Cor 12:25)
Servirnos unos a otros (Gal 5:13)
No desafiarse unos a otros (Gal 5:26)
No envidiar unos a otros (Gal 5:26)
Mostrar paciencia unos con otros (Ef 4:2)
Ser amables unos con otros (Ef 4:32)
Perdonar a otros (Ef 4:32; Col 3:13)
Hablar el uno al otro (Efe 5:19)
Estar sujetos el uno al otro (Efe 5:21)
Considerar al otro como más importante que uno mismo (Fil 2:3)
No mentir el uno al otro (Col 3:9)
Soportándoos unos a otros (Col 3:13
Enseñan unos a otros (Col 3:16)
Confortándonos unos a otros (1Tes 4:18)
Animarse unos a otros (1Tes 5:11; Heb 3:13; Heb 10:25)
Edificarnos unos a otros (1Tes 5:11)
Vivir en paz unos con otros (1Tes 5:13)
Buscan lo que es bueno para otros (1Tes 5:15)
Estimularnos unos a otros al amor ya las buenas obras (Heb 10:24)
No habla en contra de los otros (Stg 4:11)
No quejarse unos contra otros (Stg 5:9)
Confesar los pecados unos a otros (Stg 5:16)
Ser hospitalarios con los otros (1Pe 4:9)
Emplear su don espiritual al servicio de otros (1Pe 4:10)
Vestir con humildad hacia los demás (1Pe 5:5)
Tenemos comunión unos con otros (1Jn 1:7)

Yo personalmente he contado cincuenta y nueve referencias en el Nuevo Testamento a las responsabilidades “unos a otros”. La cuestión clave entonces es: ¿En qué momento debería la iglesia obedecer estas órdenes? Algunos pueden argumentar que debemos obedecer estas órdenes fuera de las reuniones regulares de la iglesia. Sin embargo, ¿cómo un cristiano del siglo primero hubo entendido estas instrucciones? ¿Qué mejor oportunidad se tiene de amar, servir, amonestar, exhortar, acompañar, aceptar, recibir, abstenerse, edificar, promover, consolar y enseñar a otros creyentes, que en las reuniones de la iglesia?
Admito que estas instrucciones “unos a otros” se deben obedecer durante toda la semana, siempre que los creyentes estén unos con otros. Sin embargo, la obediencia a ellos, sin duda debe caracterizar las reuniones de la iglesia, que constituye nuestra principal oportunidad para reunirnos.

Someto a su consideración que, si vamos a obedecer las instrucciones "unos a otros" del Nuevo Testamento, es importante que la interacción y la participación abierta caractericen nuestras reuniones. Si el pueblo de Dios asiste semana tras semana, mes tras mes, año tras año, como mudos espectadores a las reuniones dominadas por el clero, es poco probable que obedezcan consistentemente estas instrucciones.

Intercambio mutuo en las reuniones de la Iglesia


El Nuevo Testamento afirma que el intercambio mutuo debe ser otra actividad importante en nuestras reuniones de la iglesia. En 1 Pedro 3:8, todos son exhortados a ser comprensivos los unos con los otro. La palabra griega traducida como "simpatía" significa literalmente "sufrir o  sentir lo mismo que el otro." (Griego-Inglés de Thayer El nuevo léxico, Hendrickson, p.596)
Entonces no deberían ser ninguna sorpresa las órdenes de Pablo a los creyentes de "alegrarse con los que están alegres y llorar con los que lloran" (Rom 12:15) . Además, señala: "si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él, y si un miembro es honrado, todos los miembros con él se gozan" (1Cor.12: 26).

Para que podamos obedecer a la clara enseñanza de Pablo, debemos abrir nuestras reuniones para que las personas puedan compartir sus cargas, o alegrarse juntos en la bendición de Dios. En muchas iglesias, si un hermano llega a una reunión con una maravillosa bendición de Dios que quiere compartir, tiene que correr a toda prisa después de la reunión, con el fin de comunicarlo a unas cinco o seis personas antes de que se vallan a su casa. Del mismo modo, en la mayoría de las iglesias, si el corazón de alguien se está rompiendo de dolor, no hay lugar en la reunión para que pueda descargar su corazón y recibir la oración y el ministerio del cuerpo. ¿Por qué no abrir nuestras reuniones para que toda la Iglesia puede alegrarse con nosotros en nuestras bendiciones, y ministrarnos en nuestros sufrimientos? De esta manera, todos pueden ser alentados por la alegría, y ministrar al sufriente.

Decline histórico de las reuniones de la Iglesia


Como hemos visto, las reuniones de la iglesia del Nuevo Testamento abundaban en apertura y participación mutua. En este sentido, fueron muy diferentes nuestras “presentaciones de un solo hombre” de la actualidad.
¿Cómo se han desviado tanto de su camino nuestras iglesias? ¿Qué sucedió para que la iglesia pasara de una participación abierta a una pasiva expectación?
Poco después de su creación, y al igual que cualquier nuevo movimiento, la iglesia empezó gradualmente a institucionalizarse. En el siglo II, debido al temor a la herejía desde dentro y a la persecución desde fuera, la autoridad del obispo aumentó dramáticamente en la iglesia. (Antes de esto cada iglesia local era pastoreada por una pluralidad de funcionarios dotados llamados ancianos (Hech 20:28; 1Pe 5 :1-4). Al mismo tiempo, los obispos comenzaron a retener una creciente cantidad del ministerio que había pertenecido anteriormente a todo el cuerpo. Lenta pero firmemente, las reuniones dominadas por el clero reemplazaron las emocionantes y estimulantes reuniones participativas de la iglesia del Nuevo Testamento.

El golpe final se produjo a principios del siglo IV, cuando el emperador Constantino, en el año 313, promulgó el Edicto de Milán, que concedió a los cristianos la libertad de la persecución por hacer del cristianismo una religión legal del Estado. Después que Constantino profesara la fe cristiana, no sólo legalizó el cristianismo, sino que allanó el camino para que se convirtiera en la religión favorecida de Roma. Durante los años que siguieron, Constantino ordenó la construcción de que muchos edificios-iglesia a expensas del erario público, comenzó a pagar sueldos a los obispos y presbíteros de la mayoría de las congregaciones, y promovió a muchos cristianos a posiciones de prominencia y prosperidad.
Las reuniones de la iglesia pequeña y sencilla, celebradas en casas dieron paso a las reuniones grandes y complejas en los "santuarios" estatales. Oradores destacados predicaban largos y elocuentes sermones tomando el lugar de los creyentes ordinarios compartiendo sus exhortaciones más profundas. La participación del cuerpo dio lugar a la elocuencia profesional; y la espontaneidad dio paso a la estructura rígida. Con el tiempo, la única manera en que los miembros ordinarios de la iglesia podrían participar en las reuniones fue cantar juntos y al unísono.

A principios del siglo XVI, Martin Lutero recuperó varias doctrinas bíblicas clave que sirvieron de punta de lanza a la Reforma Protestante. Una de ellas fue el "sacerdocio de todos los creyentes". Lutero sostuvo esta doctrina, pero principalmente en un sentido privado, en lugar de hacerlo en el cuerpo colectivo de Cristo. Durante siglos la Iglesia Católica Romana había enseñado que el pueblo de Dios era dependiente del clero oficialmente separado (los sacerdotes) a fin de recibir la gracia de Dios. Lutero, en cambio, enseñó que cada creyente puede ir directamente a Dios a través de Cristo para recibir la gracia de Dios por sí mismo. A este respecto, todos los creyentes tuvieron acceso inmediato a Dios mediante el Espíritu, y todos vinieron a ser sacerdotes. Lutero y los otros reformadores, sin embargo, no aplicaron la doctrina del “sacerdocio de todos los creyentes” en las reuniones de la iglesia local. Se reemplazó el altar de la comunión por el púlpito, y el sacerdote por el pastor, pero el dominio del clero y la pasividad de los miembros continuaron dominando las reuniones de la iglesia.
Tal sigue siendo el caso en la mayoría de las iglesias protestantes en la actualidad.

Nuestro viaje por la implementación de las reuniones participativas


Cuando llegué a “Milpitas Bible Fellowship” en 1990, nuestras reuniones eran bastante típicas de la mayoría de las otras iglesias. Después de treinta a cuarenta minutos de culto, yo daba los anuncios, predicaba mi sermón, y pronunciaba la bendición final. Experimentábamos muy poca o ninguna interacción real y muy poco o nada del ministerio mutuo del cuerpo durante nuestras reuniones. Toda la iglesia me miraba como su fuente de edificación.

Cuando Dios comenzó a abrir mis ojos a la importancia de las reuniones de la iglesia participativa, mi primera reacción fue de temor. Yo estaba aterrorizado por lo que podría suceder si de verdad abría las reuniones para todo el pueblo de Dios ministrara. Temí que nuestras reuniones se convirtieran en un caos si le daba a todos la oportunidad de hablar. Luché con estas ideas durante algún tiempo hasta que la fuerza de la convicción superó mis miedos.

En el verano de 1996, se comenzó a implementar estas ideas. Nuestro primer paso fue la apertura de varias casas durante la semana para las reuniones de "casa-iglesia". Estas "iglesias domésticas", funcionaban como reuniones de pequeños grupos de creyentes, donde cada uno podía aprender a interactuar, orar, alentar, exhortar y ministrarse los unos a los otros. Casi todo el mundo estaba entusiasmado con estos encuentros en casa, aunque al principio estábamos un poco inseguro de cómo funcionaríamos en ellos.

Después de unos meses, mientras nos sentíamos más cómodos con estas reuniones informales en los hogares, se comenzó a introducir una mayor participación de las personas en las reuniones dominicales. Le informé a la congregación que cualquiera podía participar en lectura de la Biblia, orar durante una pausa en nuestros cantos de alabanzas, o comenzar una canción que estuviera en su corazón. Bajé el púlpito desde la plataforma hasta el nivel más bajo para poder estar más cerca de la gente, fomentando así la interacción mutua.
Hemos reorganizado las sillas en semicírculos concéntricos para que podamos mirarnos a la cara cuando se habla, en vez de mirar la parte posterior de la cabeza de alguien. Hemos comprado un micrófono inalámbrico para llevarlo por todas partes a aquellos que desean compartir lo que Dios ha hecho en sus vidas o para animarlos a declarar lo que Dios les había estado enseñando en Su Palabra. A veces estas sesiones incluyen exhortaciones, amonestaciones, enseñanzas, o el compartir las bendiciones o las cargas.
En una ocasión una mujer reveló que había sido recientemente diagnosticados con cáncer. Esto permitió a toda la iglesia la oportunidad de expresar tangiblemente su amor y compromiso al reunirse alrededor, poniendo las manos sobre ella, y orar. Estos cambios se sentían un poco incómodo al principio. No teníamos ningún modelo anterior para guiarnos, por lo tanto, nos sentíamos algo incómodos con todo ello. Sin embargo, en poco tiempo, muchos comenzaron a contribuir con algunas ideas muy edificantes y exhortaciones.
Además empezamos a abrir nuestras reuniones inmediatamente después del sermón para preguntas, comentarios, e ideas de los demás.
Yo estaba muy indeciso acerca de este nuevo movimiento, por temor a que la pureza doctrinal se pudiera perder si a todo el mundo se le permitía hacer comentarios de las Escrituras. Pero por el contrario, este aspecto nuevo en nuestras reuniones fue especialmente enriquecedor. A menudo, alguien traía una idea que se me había perdido en mi preparación del sermón y que abría el texto de una manera importante. En otras ocasiones, las personas compartían ideas en cuanto a la forma en que podrían aplicar personalmente el texto bajo consideración. En otras ocasiones, alguien hacía una pregunta que muchos otros tenían en su mente, pero no se atrevían a hablar.
En lugar de producir confusión doctrinal, me encontré con que las preguntas y comentarios me permitieron disipar la confusión al abordar los problemas reales que desconcertaban a la iglesia.
En las raras ocasiones cuando alguien dijo algo anti-bíblico, fui capaz de volver a enfocar suavemente a la iglesia trayéndola de vuelta a las Escrituras.
En lugar de producirse el caos, descubrí que se fomentaba la madurez espiritual, la intimidad y el amor por los hermanos. De hecho, sumando el tiempo de preguntas y comentarios, la iglesia era fácilmente capaz de concentrarse en la Palabra de Dios por más de una hora. A menudo, este segmento resultó ser el más estimulante y útil de toda la reunión.
Mientras que nuestros encuentros anteriores duraban unos noventa minutos, las nuevas reuniones participativas por lo general tomaban un mínimo de dos horas en completarse. El consenso de la iglesia, sin embargo, fue que la calidad de las reuniones bien valía la pena el tiempo adicional que pasamos juntos. Las nuevas reuniones comenzaron a generar mayor interacción entre las personas. Muchos comenzaron a salir a comer juntos después de la reunión para pasar más tiempo. A veces hasta la mitad de la iglesia podría ser vista haciendo fila en un Taco Bell, Burger King o McDonalds después de una reunión la mañana del domingo para continuar su conversación de las cosas de Dios.

No puedo exagerar la importancia de crear un ambiente de libertad para la participación del cuerpo en las reuniones de la iglesia. Cuando los miembros de la iglesia no hacen más que sentarse, escuchar y tomar notas, semana tras semana durante años, tienden a estancarse espiritualmente. El crecimiento espiritual nos obliga a ejercitar nuestros músculos espirituales y aplicar las verdades que se están aprendiendo.
¿De qué sirve a nuestro pueblo el saber que Dios quiere usar sus dones espirituales, exhortarnos unos a otros, llevar las cargas de los otros, y regocijarse con los que se alegran si no se provee para que lo hagan cuando la iglesia se reúne?

Hemos estado involucrados en reuniones participativas desde hace casi dos años. Yo sabía que me volvería a encontrar el modelo tradicional, sofocante y poco satisfactorio. Pero Dios ha demostrado una y otra vez que en la medida en que avanzamos en aplicar con obediencia los patrones que vemos en Su Palabra, es seguro que Su bendición nos seguirá.

Conclusión


En la mayoría de las iglesias de hoy en día las reuniones se parecen más a una actuación profesional que a una reunión de la familia Dios bajo el señorío de Cristo y para edificación mutua. Es hora de que la iglesia de Jesucristo vuelva a sus raíces en el Nuevo Testamento. Uno de los lemas de los reformadores protestantes fue "siempre reformando".
Un área en la que la iglesia contemporánea necesita con urgencia la reforma en curso, es la de promover el ministerio mutuo y la participación de todos en las reuniones.

¿Asumirá usted el reto --en la medida de su influencia-- de buscar la reforma de las prácticas de su iglesia local con el fin de ajustarlas a la Escritura?